sábado, 9 de enero de 2010

El Abrazo

Me gusta cuando te sentás
encima y me apoyo en tu cuerpo.
Mi cabeza inclinada y el calor de tus pechos.
La mejilla derecha, la nariz despierta.
Los ojos cerrados, el silencio reina.
Me gusta apoyar la cara en tu pecho.
Mientras escucho la percusión y siento tu cuerpo.
El olor de tu axila
Agrio, ácido, dulce y tus pechos.
Siento la percusión y me siento despierto.
Los ojos cerrados, tu aroma, tu cuerpo.
Te sentás encima y me despierto.

Caminos

I


Como siempre, lo inesperado.
Te pierdes y luego das tres vueltas
a la esquina y te vuelves a encontrar.
Sin embargo, ya no [eres el mismo],
ya buscas otra cosa.
Algo nuevo, algo viejo.
Todo.
Nada.




II

Y llega un momento en el
que la calle que andas te cambia.
Lo que hace tan solo un instante
observabas como alejándose,
ahora lo percibes acercándose.
Ya no recuerdas el lugar del cual te alejas,
caminas una calle que te lleva hacia algún nuevo mundo.
Y la misma calle cambia.
Y es esa sensación de cambio de rumbo, vertiginosa,
que huele tan bien en la,
tu,
cocina.


















Barcelona 16-3-04

Encuentros

Lento y frugal, nos convoca hoy una nueva e increíble -o quizás no tanto- historia. Móvil. Dócil. Concurrida. Leyenda urbana y fantasía, el deseo de todo ser.
Nuestro relato, paradero de la pasión oculta, comienza de noche. Abrigo de la tramposa necesidad de vivir. Oscura y templada, la noche que nos llama. Aroma a hierbas y madera quemada hace tiempo y sólo volatilizada por una brisa fresca que retiene el perfume preciso y penetrante. Los tonos grises se funden en un ir y venir oceánico. Tenues e imprevistos. Respiramos, una vez más y sentimos el humo áspero y la madera. Otra vez madera y humo. Áspero.
Volvamos entonces a la noche. La historia.
Casas de baja altura nos rodean. Casas y, nuevamente, la noche que nos cubre a los no solitarios y dejan caer las leyes que no reglan la estela de este cuento. Idas y vueltas. El humo y la madera quemada, repitiéndose en un bajo continuo –casi canon- se erigen como el lait motif. Profundo y dulce. Sexual. Ayudas mutuas, risas y gestos perdidos en el intento por perderse y encontrarse, y volverse a perder. Miradas cómplices que auguran, quizás, el futuro próximo que se escribe en este mismo instante, mientras un sinfín de fotones estimulan sus retinas mareadas por tanta madera y aspereza. Momento virtual que nos convoca, lectores y adoradores del mito, a formar esta ronda tácita y compartir esta serie de frases inconexas, aunque cifradas y veraces. En círculo cerrado, cómodos e ignorantes, fieles seguidores, distingan entonces los mágicos sucesos otoñales.
Claves y claveles adornan el preludio, dejando ver solo ventanas pálidas y esfumadas. La energía fluye libre y nerviosa a través de los cuerpos activos y escurridizos de los payasos nocturnos. Alegres y perdidos en su juego animal. El concierto se teje dentro de las mentes enlazadas por los aromas y vapores que se inhalan y exhalan rítmicamente.
Los huesos se arman y aparecen los cuerpos. Impares en el texto.
Tres son multitud en las ciudades sitiadas pero suficientes en este fósforo colorido y recorrido con ansias por todos ustedes, devotos ignotos e inocentes, que leen sin reconocer los hechos. Conjuntos. Recuerdos.
Es quizás tiempo de guiarlos dentro del nudo de este encuentro y compartir parte del puchero. Como en toda obra, levantemos juntos las vigas de este edificio. Aparezca, entonces, el protagonista, la estrella, la diva que carga con las almas etéreas de los asistentes. Actores góticos de identidades recortadas por los aromas ácidos y frutales que ocupan los alvéolos y las venas.
Lento, la diva se enciende y da espacio y escenario. Calor y resguardo para tres almas sin pena.
La escena llega sola, sin prisa ni sirena. Implacable, se arma frente a nuestros ojos rojos.
Inyectados desde adentro -que sabemos verlo-.
Aburrimiento conveniente.
Palabras rápidas y justas que caben en los
huecos de un cerebro excitado y dispuesto.
Atento. Dos y un tercero
que sabe encontrar su sitio despierto
y ajeno, manejando un teatro por demás desierto.

La ciudad duerme tranquila mientras la escena se define, poco a poco, repitiéndose y redundando a la humanidad misma. Enamorados. Eternos.
Espías (secretos) observan desde las pocilgas suprayacentes. Casas con cocina liberan vapores diferentes que inundan el espacio cercado, ahora, por el frío repentino de la madrugada. Rayo mortífero que nos parte en la vereda. Y el coche nos alberga.
El clima, se tensa.
El ritmo se acelera. Las almas se agitan y
finalmente,
queridos lectores,
el principio se acerca. La página se voltea.
Enroque sabio y efectivo. La reina, descubierta yace,
sin cambios,
trasera.
Inalterable, ella, despierta aunque
aparenta.

Continúa el movimiento y las luces tienden a ocultar los sucesos. No hay música, solo la ocasional percusión del asfalto que pasa invariable debajo de la imagen. Avanza. Gira. Tuerce y retoma. Lugares repetidos y comunes para esta noche.
Ahora, más que antes, dos y un tercero transcurren en su –el de ustedes- imaginario.

Hagamos un “¡parate!”. Comprendo que el poder de mis dedos, bailarines incansables, aniquilen su entendimiento lineal y hasta cartesiano. Sin embargo, los actos tienen su propio condimento y voluntad, y deberán ser estos los que relaten, en definitiva, por si mismos los hechos. No sabrán lo que se sabe secreto y permanecerá virgen y; Secreto. Volvamos, al fin, al imaginario colectivo que nos atrae cual imán.

Dos imanados y un tercero en la madrugada borracha, y el ritmo cambia de nuevo. Conduciendo. Las luces se atenúan una vez más y dejan ver las voluntades más profundas. A la vez superficiales, los deseos apartan a los dos del tercero, que regula, ahora, en veinte. Sin semáforo se unen las voluntades en otra escena. Limbo y nirvana. Dalai Lama. Todos aparecen solo para abrir la puerta de una habitación blanca. Sin muebles y lista para decorar. El uno nuevo se eleva y hunde en el teatro azul y lento.
Sin tiempo.
Finalmente se separa el uno y los corazones laten agitados, asombrados por el hecho. Un susurro, una palabra, una mirada.
Un beso más –ya termina el concierto- y los tres vuelven en sí. Ya no hay enroque y el móvil se detiene para despedir los hechos que encuentran fin en aquella cuadra vacía. Otro beso. Otro encuentro. Desde el umbral se separa la historia para dejar un gusto dulce y dar paso al ácido rojo y continuo.
Por un instante corre el fluido colorado por la garganta que recuerda el encuentro. La máquina arranca y concluye el misterio, que encontrará su página en blanco, compartida, con el tiempo.