jueves, 11 de marzo de 2010

El descubrimiento de Europa: capítulo 2 (laberintos)

Como siempre, esta colección de palabras no es la o las que pretendió ser. Desde el título en adelante, esta edición virtual debió ser otra. Sin embargo, aunque repita una y otra vez la misma frase, deberán disculparme y dejar que los obligue a leer sin un orden lógico establecido. Más bien un desorden ilógico, una suerte de inconsciente literario. Por lo tanto, comencemos con lo que nos toca hoy.
Tal vez me siento como Ícaro en un laberinto fabricado con estas mismas palabras que ahora leen. Palabras que me camuflan, me encierran a la vez que acompañan en este camino que ando. Calzado y descalzo, al tiempo que con pasos largos, firmes y continuos.
Es este laberinto, literario, del cual, como Ícaro del minotauro, escapo con algunas construcciones aladas que prometen, de vez en cuando, conducirme a la verdad. ¿La verdad? ¿Mi verdad? ¿La verdad literaria?
Igual es otro laberinto el cielo por el que vuelo. Igual caigo a un mar de frases incoherentes.
Mar del cual vengo.
Sueño frustrado.
Quizás no.
Mi mano vuelve a regocijarse y escribe, junto al bolígrafo de turno, otro laberinto.
Más tarde, cuando el café que me espera -aún caliente- se enfríe y endulce, aparecerá un otro, nuevo, minotauro. Una espiral elíptica, si aquello existe, que me mantendrá latente durante algunas puestas de sol mediterráneo. Minotauro, súper-yo, que intentará -con medallas, ocasionalmente- disipar a la musa; apagar las velas del éxito. Velas que por su propia esencia, se extinguen paulatinamente al quemar de forma sostenida, para quedar muertas en la obscuridad nocturna.
Prosa malvada y reprochable que reaparecerá alguna noche de vigilia, indecente e infinita, de la mano de la mujer que camina junto a mí. Deseará, entonces, recobrar el tiempo olvidado por la tinta. Reproducirá la lujuria obscena sobre el blanco y cuadriculado papel, haciendo notar la ausencia previa. El perfume que otrora ostentara.
Y es de esta forma, cónica, circular, poligonal. Geometría ya perdida en los pasillos del bachillerato. De esta forma paso los mediodías y las tardes en este suelo. Mediterráneo y con acento a oliva.
Son las entradas y salidas del laberinto las que condimentan este mito, que como un móvil, muestra diferentes caras y figuras más allá de sus ataduras permanentes. Ataduras que le otorgan la condición de móvil. Lo hacen, incluso, danzar en el espacio.
El café endulzado espera su breve final. Lo remuevo una vez más.
Cada tanto cae una hoja, verde y muerta, por encima de estas palabras.

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