martes, 13 de julio de 2010

El descubrimiento de Europa: final (triple final)

Y es que esta historia no tiene un solo final. Es quizás uno de esos viajes que no terminan; que continúan en tiempos y realidades diferentes. Ajenas a la comprensión lineal.

Tres de esas realidades serán expuestas en esta ocasión [y sepan disculpar la molestia, pues van a leer varias veces lo mismo. Y aunque fuera el mismo texto, palabra por palabra. Frase por frase, nunca es el mismo texto. Y tampoco este será igual cada vez. Un poco, tal vez. Pero no lo suficiente para perderse en el hastío. Aunque fuera por el solo placer del juego. De darse cuenta qué es igual y qué no. Aunque la curiosidad se adueñara de la voluntad y fuera ella quien comandara la lectura. Una búsqueda implacable. Carbónica.

El telón se eleva].

Y aquí, desde Flores, lo cual implica –en muchos aspectos- un nuevo viaje, continúa esta historia para llegar a su fin. Deseado, esperado, soñado final. Y sin embargo, se encuentra ausente el sabor dulce de la culminación. Quizás no sea, en otros muchos aspectos, el final de esta historia que comenzara meses atrás en otro cielo, distinto a este y al que dejo luego de tanto tiempo. Son, tal vez, estos nuevos ruidos, colores, humores, los que dan el último párrafo a este texto; para abrir un otro párrafo, sin sentido todavía. Sin personajes claros o coherencia.
Y como siempre, hay muchos lugares y muchos personajes en un mismo espacio. Un universo lleno de textos posibles con voces diversas que concurren y tocan a mi puerta que varía de número y barrio. Y claro que Ulises volvió cambiado. Aunque volver no es posible cuando se transitan ciertos viajes. Ocultos y ajenos a la realidad que ahora comparto con el monitor desierto de ideas de ese entonces. Como si quisiera rescatar [me] en ese momento. Recuperar ese psiquismo viejomundista y a la vez nuevo y moderno. Un nuevo cuerpo, un nuevo paisaje que va y viene en un baile dulce y de antaño.
Hasta el lenguaje me acuerdo, vocabulario que otrora formó parte de mi universo. Imperativo que retorna a mi cotidianeidad de encierro voluntario. Preso.
Retomo una vez más el texto. La idea, el intento. De registrar un final para este último encuentro. Porque no todos los tiempos fueron buenos. Porque en la memoria todo crece y se torna bello.
¿Cómo darle un final a esta no-historia? Si hasta la melodía es diferente ahora. Nuevamente el tiempo. Quizás sería interesante [muy] tratar el tiempo.
Ya aquí, en la urbe abandonada, evalúo el tema del tiempo. Tal vez avenidas tan angostas enfrenten a la población con la inevitable escena del encuentro. Del careo. Del incómodo momento. La pregunta, la respuesta. ¿Qué tal el tiempo? ¿Lloverá este otoño-inverno? Y los interlocutores se sienten cómodos como los amantes que ya saben cono encarar el beso. Para qué lado dirigir las narices heladas por el frío. Y sonríen tranquilos porque hay tema de conversación. Encuentro. Y siempre hay un final esperanzador que desea un futuro seco y templado para que el campo no sufra y la ciudad continúe su ritmo vertiginoso y luminoso. El tiempo-clima, siempre presente en las realidades compartidas de los transeúntes.
De todas formas, no trataremos esto.
Encaremos el cierre. El tiempo. Como el humo de un cigarrillo a medio fumar, el tiempo se desvanece en este interlineado. El tiempo que se aleja y que pasa para dejar sitio a lo nuevo. Que demora en aparecer. Parto demorado, que se hace desear.
Y por supuesto, Ulises, que volvió cambiado y no reconocido por el espejo, que ya no vio los mismos gestos. Otra piel. Perfume. Imaginado perfil que asoma de costado sin permiso. Otro rostro. Otro diálogo.
Y el cambio impide el regreso al texto. Elaborado y viejo.
Ulises volvió cambiado. Y perdió su imagen y su historia para obtener la mística nueva historia que acontece. Fresca y diferente en otras líneas negras. Con otros títulos. Lectores, discursos. Textos.

Fin

Y aquí, desde Flores, lo cual implica –en muchos aspectos- un nuevo viaje, continúa esta historia para llegar a su fin. Deseado, esperado, soñado final. Y sin embargo, se encuentra ausente el sabor dulce de la culminación. Quizás no sea, en otros muchos aspectos, el final de esta historia que comenzara meses atrás en otro cielo, distinto a este y al que dejo luego de tanto tiempo. Son, tal vez, estos nuevos ruidos, colores, humores, los que dan el último párrafo a este texto; para abrir un otro párrafo, sin sentido todavía. Sin personajes claros o coherencia. Un párrafo que se continuará con otros en un sinfín de textos encadenados en primera persona.
Llueve en Flores, lejos de la cortina húmeda y continua del abril catalán. Suena en la cocina el repiqueteo del agua cayendo sobre el policarbonato, gastado y tenaz, que descansa encima mío.
Y como siempre, hay muchos lugares y muchos personajes en un mismo espacio. Un universo lleno de textos posibles con voces diversas que concurren y tocan a mi puerta que varía de número y barrio. Y claro que Ulises volvió cambiado. Aunque volver no es posible cuando se transitan ciertos viajes. Ocultos y ajenos a la realidad que ahora comparto con el monitor desierto de ideas de ese entonces. Como si quisiera rescatar [me] en ese momento. Recuperar ese psiquismo viejomundista y a la vez nuevo y moderno. Un nuevo cuerpo, un nuevo paisaje que va y viene en un baile dulce y de antaño, al compás de tambores graves y profundos.
Hasta el lenguaje me acuerdo, vocabulario que otrora formó parte de mi universo. Poesía imperativa que retorna a mi cotidianeidad de encierro voluntario. Preso. Que pierde la prosa dulce y sedosa. Miel seductora.
Retomo una vez más el texto. La idea, el intento. De registrar un final para este último encuentro. Y conmueve la distancia al texto, aquel texto. Coincidiendo con nuevos deseos resurgidos. Viajes. Desencuentros. Como si la escena que veo no alcanzara y, entonces. Uno puede cambiarla, subir al escenario y modelar la obra. Dramaturgia. Puede cambiar los cuerpos, las miradas, los textos. Y volver a empezar. De nuevo. Y bajas dialéctico. Y te sientas. Y vemos la nueva obra. Y pienso.
Y como darle un cierre a la historia. Cuál es el fin de una historia. En definitiva, es solo la historia la que habla por sí misma. Y no porque en un ataque de insomnio haya intentado conversar sobre la actualidad con la pantalla de cristal que me enfrenta. Y objetivo no hay, [claro].
Encaremos, finalmente [fin al mente], el cierre.
Como el humo de un cigarrillo a medio fumar, el tiempo se desvanece en este interlineado. El tiempo que se aleja y que pasa para dejar sitio a lo nuevo. Que demora en surgir.
Y por supuesto, Ulises, que volvió cambiado y no reconocido por el espejo, que ya no vio los mismos gestos. Otra piel. Perfume. Imaginado perfil que asoma de costado sin permiso. Otro rostro. Otro diálogo.
Y el cambio impide el regreso al texto. Elaborado y viejo.
Ulises volvió cambiado. Y perdió su imagen y su historia para obtener la mística nueva historia que acontece. Fresca y diferente en otras líneas negras. Con otros títulos. Lectores, discursos. Textos. Fin

Y claro que Ulises volvió cambiado. Como cuando uno se reconoce frente al espejo nuevamente luego de años de aventura. Quizás fuera necesario no verse después del viaje. No ser uno mismo, no encontrar la propia esencia y permanecer anónimo hasta completar una vuelta más. Madurar esa identidad. Apropiada. Y ahí, finalmente, reconocerse en uno mismo. Repensado, analizado. Depurado.
Ahora, entonces, he vuelto; sintetizado en quien escribe estas mismas frases. Algo distinto, algo sutilmente diferente. Más sencillo luego del cóctel del éxito. Permeable a la aventura del cambio. Constante cambio revolucionario. Listo para agregar nuevas capas y recorrer una nueva vuelta. Perder la esencia. Permanecer ausente y volver. Cambiado.


Fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario