domingo, 14 de febrero de 2010

El descubrimiento de europa: introducción

Aquí, desde la distancia, comienza este relato en secciones que, aunque individuales, tienen el hilo conductor de la novedad, el descubrimiento, la introspección; la digestión de esta ciudad y la vida en ella. Una luz tenue, de unos cuarenta Watts que se pierde en los recovecos de una habitación con nuevos muebles y cuadros recién colgados. Una bombilla tímida que se deja violar por las miradas indiscretas que observan, sin problema alguno, los electrones que bailan descarados sobre el filamento de tungsteno.


La ciudad, si, la ciudad; volvamos... Una ciudad cargada de recuerdos y expectativas, de color y molduras, donde el viejo mundo muestra su rostro modernista y la proyecta hacia al mar -ese ansiado mar- esperando que arribe a algún puerto lejano y ajeno.

Esta historia que nos ocupa transcurre a cinco horas de distancia de ustedes (o la mayoría de ustedes...). Como si la distancia pudiera medirse en horas, días, meses... Como si estas horas, que nos impiden compartir un atardecer o el eclipse de la otra noche pudieran representar todo lo que nos aleja; todos esos kilómetros que, aunque tácitos y abstractos, blasfeman esta distancia.

Haciendo un breve (o no tanto...) paréntesis, me permito reflexionar acerca de tal palabra: distancia. Quizás sea la deformación profesional la que me obliga a asumir el prefijo "dis" como molestia, disconfort. Mediante una simple operación matemática nos quedaría "tancia". Sin embargo, preferiría convertirla en "estancia" para poder continuar con esta reflexión (que aunque aburra a más de uno, me resultó curiosa, interesante y, vamos, ¡es parte de este relato!). Se podría entender, por lo tanto, que esta distancia y la estancia en este sitio distante (que embrollo...) implica un pasar incómodo, doloroso, angustiante (¿se les ocurre alguna palabra más punzante?). Incurriríamos, entonces, en un grave error (así de categórico...). Es cierto, de todas formas, que esta distancia -en tanto que una mera recopilación de unidades de medida que todos nosotros acordamos y consensuamos en denominar kilómetros o millas- angustia y hasta duele. Este hecho, igualmente, no presume la continuidad en el tiempo de estos sentimientos. Más bien lo contrario; una fluctuación permanente. Una paradoja. Una revolución (permanente...). Cerremos el paréntesis y retornemos, finalmente, a lo que nos convoca este momento en el que ustedes viven (como diría Cortázar) mi pasado y yo su futuro, casi inmediato, frente a este ordenador (el suyo o el que sea...).

Es a ustedes, amantes del fósforo, transnochadores, adoradores de esas pantallas que expresan estas mismas palabras que ahora (o hace algunos días, para ser riguroso) escribo en tinta negra, a quienes dirijo y dedico este texto (lleno de paréntesis, comas, puntos y comas, puntos y demas distractores de la lectura...). Introducción primigesta de esta historia que ya lleva algo más de dos meses. Texto que, aunque todavía parezca vacío, superfluo y hasta incoherente, se encuentra impregnado de este tiempo que ha pasado. De este nuevo cielo que me guiña el ojo. De las gentes que caminan estas calles. Es este perfume extraño el que intentaré transmitir en estos y los futuros renglones. Este sabor, que reemplaza el otrora conocido para mi paladar porteño.

Por último, debo retirarme por algunos días. Debo dejarlos con la intriga, la ansiedad, las ganas de saber qué dirá la borra del café. Ya veremos, juntos, qué nube acercará el viento y qué dice el informe meteorológico para la próxima entrega -que no se hará esperar tanto como esta-

Punto y aparte...

1 comentario:

  1. Te escribe una apasionada de las novelas en sus diversos géneros. Veo en tus textos a un futuro novelista.Aquí esta lectora,tu nueva lectora, espera impaciente...

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