domingo, 14 de febrero de 2010

La firma de unos papeles

Ella se encuentra sentada en un sillón de madera barnizada y tapizado en cuero bermellón con apliques dorados.


Él, también sentado, aparece cerca de ella, aunque separado brevemente por una mesa circular con tapa de mármol jaspeado verde y marfil, sobre la cual yacen algunos papeles. Desde la distancia, semejan documentos, fotocopias, reglamentos y disposiciones legales.

El ruido ambiental abunda en el gran salón sobre la avenida. Es mediodía de un otoño templado entre semana.

Ella sostiene un folio transparente con más papeles dentro. Él sostiene, con la única mano que sobresale del traje a rayas de corderoy, una pluma plateada y aparentemente costosa. La mano y la cabeza calva, y una nuca arrugada por el tiempo y sucesivas exposiciones al sol son la única demostración de su condición de ser humano.

Ella, maquillada para la situación, viste casual, con chaqueta marrón o bordó abierta al medio. Debajo se aprecia una camisa blanca de transparencia a la vez sutil, sugestiva y sensual. El pelo bien peinado y lacio corona su imagen. Se aprecia su boca danzar en un diálogo ininteligible, que luego se sabría inútil para que su amor ingresara al país.

Ella saca papeles, uno tras otro. Llenos de sellos y timbrados. Identidades que él, incómodo, revisa sin entusiasmo. Baja la mirada, ella, hundiéndose en sus pensamientos e ilusiones. El calvo se mueve.

Ella levanta la mirada como si buscara su complicidad. Aprobación. Él niega con un gesto, ahora, entusiasmado. Algo no sirve. Un documento tan bermellón como el tapizado se precipita sobre la mesa.

Ella, entonces, realiza su ardid. En solo un instante, y oculto a la lentitud del calvo, un movimiento descubre su angustia. Decepción. Desesperación.

Inmediatamente modifica la fisonomía de su rostro para dejar ver sus perfectos dientes nacarados. Control. Contrae los maseteros, entrecierra los ojos y mueve los cabellos rectos de color miel.

El calvo no es ajeno al rubor reciente de su mejilla, la de ella, y retoma el documento. La negociación tácita tuerce bruscamente el rumbo.

Un teléfono móvil se abre e intenta sortear lo inevitable. Inminente.

El calvo gesticula nervioso liberando la otra mano, que ahora busca la previa. Levanta la mirada sin dejar de observar, detenidamente, la camisa blanca, casualmente más visible tras la remoción de la chaqueta.

Ella sigue sonriendo, mientras acaricia el cuello, suavemente, hasta que el perfume de mediano costo se deja apreciar por el calvo. Sugestión. Se violenta. Sonríe y adelanta el mentón al hacerlo, otorgándole mayor complicidad al gesto. Él arrastra su mano izquierda por debajo de la mesa.

El salón continúa ruidoso y poco atento a la escena. Más y más papeles mientras la sonrisa se tensa.

La mano izquierda, de él, se detiene en la rodilla derecha, de ella. Extiende el cuello, él, y deja que su perfil bronceado se insinúe. Ella lo observa atentamente, con desconfianza, mientras las mejillas otrora rosadas empalidecen los el flujo adrenérgico.

La mano derecha prepara la pluma y la acerca a uno de los papeles. Firma con seguridad.

La mano izquierda prosigue su paseo muslo arriba, mientras una lágrima de amor desciende por un pómulo pálido y aún tenso por la risa.

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